Cualquiera que haya realizado un esfuerzo de concentración intenso y continuado sabe que es cierto. Hablamos de una fatiga tanto mental como física. Pero, la razón por la que uno se siente mentalmente agotado en lugar de somnoliento por pensar intensamente es un sistema de defensa del funcionamiento cerebral.
Estudios publicados en la revista ‘Current Biology’, demuestran que cuando el trabajo cognitivo intenso se prolonga durante varias horas, se acumulan subproductos potencialmente tóxicos en la parte del cerebro conocida como córtex prefrontal. Esto altera el control sobre las decisiones, de modo que se desplaza hacia acciones de bajo coste que no conllevan esfuerzo o espera a medida que se produce la fatiga cognitiva.
Experimento apunta al glutamato
Para estudiarlo, los científicos reclutaron a una cincuentena de personas para que llevaran a cabo una serie de tareas durante 6 horas y media: unos tenían que realizar durante ese tiempo una serie de actividades cerebralmente exigentes, como recordar series de letras y colores sin parar, y los otros se enfrentaban a una tarea muy sencilla.
Observaron signos de fatiga, incluida una menor dilatación de las pupilas, sólo en el grupo que realizaba un trabajo duro. Los de ese grupo también mostraron en sus elecciones un cambio hacia opciones que proponían recompensas a corto plazo con poco esfuerzo. Y lo que es más importante, también tenían niveles más altos de glutamato en las sinapsis de la corteza prefrontal del cerebro.
Cuando se genera demasiado glutamato por pensar mucho, la corteza prefrontal se satura. Esta acumulación de sustancias provoca una verdadera “alteración funcional” del cerebro que, a su vez, altera la toma de decisiones.
“La fatiga mental se presenta como una especie de ‘señal de alerta’ que nos indica que dejemos de trabajar para preservar la integridad del cerebro“, explica Mathias Pessiglione, de la Universidad Pitié-Salpêtrière de París.